Desarrollo psicológico
Infancia
La segunda fase principal del desarrollo humano, la infancia, se extiende desde uno o dos años de edad hasta el inicio de la adolescencia a los 12 o 13 años. Los primeros años de la infancia están marcados por enormes avances en la comprensión y el uso del lenguaje. Los niños empiezan a comprender las palabras unos meses antes de que ellos mismos hablen. Por término medio, los bebés pronuncian sus primeras palabras a los 12-14 meses, y a los 18 meses tienen un vocabulario hablado de unas 50 palabras. Los niños empiezan a utilizar combinaciones de dos y luego de tres palabras y van pasando de combinaciones simples de sustantivos y verbos a secuencias más complejas desde el punto de vista gramatical, utilizando conjunciones, preposiciones, artículos y tiempos verbales con creciente fluidez y precisión. Hacia el cuarto año, la mayoría de los niños pueden hablar con frases parecidas a las de los adultos y han empezado a dominar las reglas más complejas de la gramática y el significado.
En sus capacidades cognitivas, los niños pasan de basarse únicamente en la realidad concreta y tangible a realizar operaciones lógicas con material abstracto y simbólico. Incluso los niños de dos años se comportan como si el mundo exterior fuera un lugar permanente, independiente de sus percepciones, y muestran un comportamiento experimental o dirigido a un objetivo que puede adaptarse creativa y espontáneamente a nuevos fines. Durante el período comprendido entre los dos y los siete años, los niños comienzan a manipular el entorno mediante el pensamiento simbólico y el lenguaje; se vuelven capaces de resolver nuevos tipos de problemas lógicos y empiezan a utilizar operaciones mentales flexibles y totalmente reversibles en el pensamiento. Entre los 7 y los 12 años, los inicios de la lógica aparecen en forma de clasificaciones de ideas, comprensión del tiempo y del número, y una mayor apreciación de la seriación y de otras relaciones jerárquicas.
Emocionalmente, los niños se desarrollan en la dirección de una mayor conciencia de sí mismos -es decir, conciencia de sus propios estados emocionales, características y potencial de acción- y se vuelven cada vez más capaces de discernir e interpretar las emociones de otras personas también. Esto contribuye a la empatía, es decir, a la capacidad de apreciar los sentimientos y las percepciones de los demás y de comprender sus puntos de vista. Estas nuevas habilidades contribuyen al desarrollo moral de los niños, que suele comenzar en la primera infancia como una preocupación por los actos que atraen el dolor y el castigo, y la evitación de los mismos, y progresa hacia una regulación más general de la conducta para mantener la consideración y la aprobación de los padres. El paso de la infancia y la adolescencia a la edad adulta está marcado por un nuevo cambio en el razonamiento moral basado en la evitación de la culpa interna y la autorrecriminación. Todos estos avances emocionales mejoran las habilidades y el funcionamiento social del niño.