La historia y el significado de la palabra 'ciencia'
El significado de la ciencia ha evolucionado en los últimos dos siglos. También lo ha hecho el reconocimiento de que las ciencias blandas son tan críticas para la humanidad como las ciencias duras tradicionales.
En campos tan diferentes como la genómica o la geografía humana, la razón de ser de las ciencias duras y blandas y de muchas de sus aliadas aplicadas, como la ingeniería o la contabilidad, es el desarrollo de nuevos conocimientos mediante la investigación. Esto se lleva más allá al hacer avanzar ese conocimiento y compartirlo mediante la publicación y la enseñanza. Es así de complicado y, a la vez, así de sencillo: la South African Journal of Science publica trabajos basados en estos fundamentos o que conducen a ellos.
La revista se ocupa de la investigación de calidad que produce conocimiento, no de las disciplinas. Al fin y al cabo, la Fundación Nacional de Investigación acaba de conceder premios de primera categoría a estudiosos de disciplinas muy diversas.
Los galardonados recientemente incluyen académicos de disciplinas muy variadas: epidemiología, estudios políticos, medicina, historia y matemáticas computacionales y aplicadas. En esto consiste precisamente la ciencia del South African Journal of Science, al igual que la Academia de Ciencias de Sudáfrica.
Es la diversidad de las diferentes disciplinas la que consagra la fuerza de la universidad contemporánea (y de la revista), una fuerza a veces oscurecida por las clasificaciones que favorecen a las ciencias naturales.
Al tiempo que se protege el valor de lo esencial, es evidente que existe una necesidad igualmente ineludible de un mayor y creciente respeto mutuo de las diferentes formas en que se produce el conocimiento y se comunican los resultados de la investigación, para que la cooperación sea más, y no menos, posible.
Para aprovechar al máximo la ciencia, es más importante que nunca celebrar las contribuciones que hace, en todo el espectro de disciplinas, ya sea individual o colectivamente.
Es así como la ciencia contribuye significativamente al bienestar de nosotros mismos, al medio ambiente del que dependemos y a la riqueza de nuestro mundo: genética, agricultura, meteorología, música, literatura, etc.
¿Cómo podríamos vivir sin los beneficios que todas ellas, y sus disciplinas compañeras, ofrecen? ¿Qué se puede decir sobre el significado de la palabra «ciencia»?
El significado principal ha permanecido constante
Necesitamos una comprensión más clara de la etimología de la palabra ciencia. Lo que también hay que considerar son las implicaciones que esos significados han tenido para las formas en que se ha practicado y entendido la ciencia, al menos en el mundo occidental.
La ciencia es una de los cientos de miles de palabras en inglés que tiene una historia etimológica extraordinariamente larga. Su significado popular ha cambiado, siglo tras siglo, y a veces incluso más rápido que eso.
Sin embargo, incluso entre esas palabras hay significados básicos que han permanecido constantes. En inglés, science proviene del francés antiguo y significa conocimiento, aprendizaje, aplicación y un corpus de conocimiento humano.
Originalmente procedía de la palabra latina scientia, que significaba conocimiento, saber, pericia o experiencia. A finales del siglo XIV, science significaba, en inglés, conocimiento colectivo.
Pero siempre ha tenido el significado de ser una actividad socialmente integrada: personas que buscan, sistematizan y comparten el conocimiento.
Antiguos y feroces debates resuenan a lo largo de los siglos
Hay feroces debates sobre cuáles son las formas adecuadas de definir y constituir la empresa de investigación y de designar el conocimiento real.
Estos debates tienen su origen en las primeras universidades occidentales cuyo contexto intelectual era el de los valores y sistemas de creencias de la Iglesia católica – y en el impacto que tuvo la secularización de las universidades en siglos posteriores.
Las disciplinas, tal y como las conocemos hoy, surgieron en los siglos XVIII y XIX. Aunque han cambiado, con la incorporación de nuevas disciplinas y la reducción o desaparición de algunas, los debates continúan sobre qué disciplinas son mejores que otras.
Muller capta la esencia de este debate tal y como se desarrolló en la década de 1960 en medio del furor generado por los trabajos del político Lord CP Snow (químico y novelista formado en Cambridge) y de FR Leavis, literato de Cambridge.
Snow presentó una conferencia de Rede en Cambridge, llamada provocativamente «Las dos culturas y la revolución científica». Fue a los guardianes secularizados de la cultura «tradicional» de la élite a quienes Snow dirigió su provocación.
Snow caracterizó la cultura científica como optimista y con visión de futuro, aunque considerada como superficial y filistea por la cultura literaria cultivada de la élite literaria, a la que Snow consideraba snobs ignorantes. Se burló de la incomprensión mutua de las dos culturas: El grado de incomprensión de ambas partes es el tipo de broma que se ha agriado y ha lamentado la pérdida para todos nosotros.
La culpa es de los intelectuales literarios, a los que calificó de «luditas naturales» que carecían de la cultura necesaria para comprender la segunda ley de la termodinámica, un conocimiento cultural general que comparó con saber algo de Shakespeare.
Y luego continuó diciendo que la industrialización era la única esperanza para los pobres y el Tercer Mundo, y que lo mejor que podía hacer el mundo desarrollado era producir tantos ingenieros como pudiera y exportarlos a donde se necesitaran en el mundo en desarrollo.
A pesar de sus simplificaciones excesivas, Snow había tocado una fibra sensible. La respuesta más extrema vino de Leavis, decano de la élite literaria.
En una conferencia en Cambridge, Leavis se burló de la «vergonzosa vulgaridad de estilo» de Snow, de su ignorancia y de su ineptitud como novelista. Pero el ataque de Leavis suscitó una avalancha de respuestas, que lo calificaron de «desconcertante chifladura» de «ferocidad sin parangón».
Puede que los debates ya no sean feroces. Pero sus sonidos resuenan débilmente en el mundo académico, más en algunos países que en otros.
Este artículo se publicó por primera vez en el número de septiembre/octubre de 2015 de la revista South African Journal of Science.