Jocelyn Bell Burnell, la mujer que descubrió los púlsares | Instituto de Astrofísica de Canarias • IAC
Cuando Jocelyn Bell Burnell suspendió un importante examen a la edad de 11 años no esperaba convertirse en una de las figuras más relevantes de la astronomía. Cuando comenzó a trabajar en su tesis doctoral tampoco esperaba descubrir una especie de estrella hasta entonces desconocida. La de Jocelyn Bell es una historia protagonizada por la serendipia, la perseverancia, el «síndrome del impostor» y los «hombrecillos verdes». En honor a su carrera, esta investigadora tendrá su propia Estrella en el Paseo de la Ciencia de La Palma. Se une así al homenaje que la Isla rinde a notables figuras científicas, como Stephen Hawking, Alekséi Leonov, Takaaki Kajita y Samuel Ting.
Jocelyn Bell Burnell es una astrónoma irlandesa a la que se le atribuye, junto a Anthony Hewish, el descubrimiento de los púlsares: estrellas de neutrones que liberan ondas de radio a intervalos regulares. Su perseverancia y el apoyo de sus padres la llevaron a superar los obstáculos impuestos y perseguir una carrera donde la presencia de mujeres era prácticamente nula, hasta convertirse en una de las primeras catedráticas de Física de Gran Bretaña.
Esta científica irlandesa nació en Belfast en 1943. Desde muy joven, su interés por el Cosmos fue palpable. Cuando tenía 14 años, su padre trajo a casa un libro de Astronomía (Frontiers of Astronomy, de Fred Hoyle). «Me lo llevé a mi habitación y lo leí entero». Su padre, además, era arquitecto y se había encargado de diseñar el Planetario Armagh, un observatorio astronómico cerca de su casa, por lo que las visitas al mismo eran constantes. El personal del lugar la animó a explorar su curiosidad por la Astronomía.
Bell Burnell cuenta que su carrera como astrónoma casi se interrumpe por un bache con el que tropezó en sus inicios académicos. Suspendió un importante examen cuando tenía 11 años (el denominado «11-plus», una prueba realizada a los estudiantes de último curso de Primaria). Este test determinaba a qué tipo de escuela acudirían los estudiantes, y los resultados de Jocelyn concluían que no debía seguir por la senda «académica». A pesar de ello, sus padres la apoyaron y la alentaron precisamente para que obtuviera una educación más «académica».
«Ciencias domésticas»
Primero estudió en un centro de Irlanda del Norte. En él pudo experimentar de primera mano la desigualdad en la educación de la época: mientras los chicos eran enviados al laboratorio de ciencias, las chicas debían dirigirse a la sala de «ciencias domésticas», donde se les enseñaba a cocinar y coser. Los padres de Jocelyn y otros padres protestaron contra esta discriminación y lograron que sus hijas acudieran a la clase de ciencias. Bell Burnell obtuvo la nota más alta en el examen final de Física y Astronomía de ese curso.
Luego ingresó en The Mount School, un internado y escuela independiente cuáquera (una comunidad religiosa fundada en Inglaterra) para niñas en York y, después, en la Universidad de Glasgow en Escocia, donde se graduó en 1965 con honores. Ese mismo año comenzó a trabajar en su doctorado bajo la dirección de Anthony Hewish en la Universidad de Cambridge, donde llegó «más bien por accidente». Bell Burnell, amedrentada por el «síndrome del impostor», creyó no merecer su lugar en esa universidad. Creía que tarde o temprano la identificarían como un fraude, así que decidió trabajar duro hasta que decidieran expulsarla: «Cuando me echaran no me sentiría tan culpable. Sabría que habría dado lo mejor de mí».
Su trabajo doctoral iba a estar dedicado, en un principio, a los cuásares: fuentes astronómicas de energía electromagnética descubiertas recientemente en ese momento. Para el estudio de estos objetos, la investigadora se decantó por la Radioastronomía (un campo relativamente joven entonces) y no por la Astronomía óptica. Así, los dos años siguientes a su graduación los dedicó a la construcción de un radiotelescopio especial diseñado por Hewish.
El radiotelescopio comenzó a operar en julio de 1967. Contaba con 2.000 receptores dispuestos en un espacio de dos hectáreas. Estos recibían constantemente señales que se registraban. Más de 120 metros de papel eran producidos por el telescopio cada cuatro días y la labor de Bell Burnell consistía en descifrar las señales registradas en esa inmensa cantidad de datos.
Señales del espacio exterior
En agosto de ese mismo año, el telescopio registró unas extrañas señales procedentes de una fuente que emitía ráfagas de energía muy breves a intervalos precisos. Precisamente por «culpa» del «síndrome del impostor», Jocelyn detectó estas señales minúsculas, puesto que «estaba siendo muy cuidadosa y minuciosa» al analizarlas. Estos patrones no se correspondían con el comportamiento usual de un cuásar, por lo que la astrónoma pensó que se trataba de algo sin precedentes y acudió con esta información a Hewish. Su director reaccionó escépticamente y asoció esto con una interferencia producida por algún aparato cercano al telescopio. Los radiotelescopios de la época solían tener ese problema y los resultados que registraban corrían el peligro de ser trastocados por señales de coches o radios. Aun así, ella no pensaba que se tratara de una interferencia y, tras comprobar el equipamiento, no se halló ningún problema.
En noviembre, el telescopio recogió unas señales intensas con una regularidad extraordinaria. Los científicos consideraron incluso la posibilidad de que estas señales fueran mensajes enviados por una civilización extraterrestre. En referencia a esto, la fuente de la que provenían las señales fue bautizada inicialmente como LGM (Little Green Men, «Hombrecillos verdes»).
Tras un exhaustivo registro de los datos registrados, Jocelyn encontró otras tres fuentes que emitían señales similares. Con el tiempo, otros miembros del equipo investigador encontraron más fuentes del mismo tipo. Hewish escogió otro término para definir estas fuentes: «pulsating stars», que contraído dio lugar al nombre bajo el que se bautizaron finalmente, púlsares. Su descubrimiento fue anunciado el 9 de febrero de 1968 y, aunque la teoría de que se trataba de mensajes alienígenas ya había sido desechada, algunos tabloides ingleses informaron sobre el hallazgo como tal.
La detección de los púlsares es considerada uno de los descubrimientos astronómicos más relevantes del sigo XX, ya que ha permitido contrastar la teoría de la Evolución estelar. Fue, además, merecedor del Premio Nobel de Física en 1974, aunque solo fue entregado a Anthony Hewish y a Martin Ryle (otro conocido radioastrónomo). Jocelyn Bell Burnell fue excluida de este premio. En el comunicado de prensa ni siquiera se hacía mención a la astrónoma, algo criticado por muchas figuras prominentes del campo de la Astronomía, como Sir Fred Hoyle. Ella, no obstante, restó importancia a la situación: «Creo que degradaría a los Premios Nobel si se otorgaran a estudiantes de investigación, excepto en casos muy excepcionales, y no creo que este sea uno de ellos».
Después del descubrimiento, Jocelyn continuó con su carrera en la investigación astronómica. Su trayectoria ha sido prolífica, con logros que confirman una y otra vez el importante rol que ha jugado en la Ciencia. La astrónoma enfocó su investigación en torno a las áreas de Astronomía de rayos gamma, en la Universidad de Southampton, y Astronomía de rayos-X, en el Laboratorio Mullard de Ciencia Espacial, donde trabajó entre 1974 y 1982. También, en 1986, se convirtió en gerente de proyectos del Telescopio James Clerk Maxwell, en Hawái. Además, ha dedicado parte de su trayectoria a la docencia. A partir de 1991 y hasta 2001 fue profesora de Física en la Open University y luego profesora visitante en la Universidad de Princeton. Actualmente es profesora visitante de Astrofísica en la Universidad de Oxford. Entre 2002 y 2004 desempeñó el papel de presidenta de la Royal Astronomical Society (Real Sociedad Astronómica), siendo la segunda mujer en la historia en presidirla.
Compromiso con la igualdad y la diversidad
Uno de los intereses de Jocelyn Bell Burnell ha sido el número de mujeres presentes en los campos de Física y Astronomía. Según datos de 2018, solo el 35% de los estudiantes británicos de carreras científicas o tecnológicas (STEM) son mujeres. El porcentaje de mujeres graduadas en carreras de este tipo era en ese mismo año del 26%. Ella recuerda ser, durante gran parte de su trayectoria, la mujer con el cargo de mayor responsabilidad en los lugares donde ha trabajado. A pesar de que ha habido un ligero aumento del porcentaje de mujeres en comparación con la época en la que la astrónoma emprendió su carrera profesional, la brecha de género en estas disciplinas es aún significativa. Por ello, ha estado implicada de forma activa en la lucha contra la desigualdad. Ayudó a la elaboración del estatuto Athena SWAM: un programa puesto en marcha por la Unidad de Igualdad del Reino Unido en 2005 que reconoce y premia las buenas prácticas enfocadas en torno a la igualdad de género en instituciones de investigación.
Además, en 2018, Bell Burnell fue galardonada con el premio especial Breakthrough en la categoría de Física Fundamental. Estos premios, los «Oscars de la Ciencia», reconocían así la labor de la astrónoma en el descubrimiento de los púlsares, coincidiendo con el 50 aniversario del mismo. El premio otorgado, con una cuantía de 3 millones de dólares, es el mejor dotado en el ámbito de la Ciencia en la actualidad. Tras el anuncio, Bell Burnell confesó su intención de donar esa cantidad de forma íntegra para impulsar económicamente a mujeres, comunidades étnicas minoritarias y refugiados y, con ello, ayudarlos a convertirse en investigadores en el campo de la Física. Fundó así el Fondo de Becas para Graduados de Bell Burnell, con el que renueva su compromiso e interés con la igualdad y la diversidad.