La representación de la crucifixión de Cristo en el arte de Salvador Dalí
Puede resultar sorprendente para algunos cristianos que ni el crucifijo, ni las vigas transfijadas de la cruz latina o griega, fueran imágenes de uso común en los primeros tiempos de la difusión de la fe. Las visitas a las catacumbas de Roma dejan claro que las alusiones al Buen Pastor, el signo de Jonás, el «ancla» de la fe y el monograma del Chi-Rho, que representa la palabra griega para el Mesías, eran mucho más comunes.
Pero sabemos que, a lo largo de los siglos, los instrumentos de la Pasión y el modo de ejecución de Jesús se convirtieron en los principales símbolos iconográficos del cristianismo. Un libro reciente de Robin Jensen titulado «The Cross:History, Art, and Controversy» (Harvard University Press, 2017) traza esta historia con un detalle asombroso.
Las variedades de representaciones del árbol en el que colgaba Cristo condenado son prácticamente ilimitadas: desde el realismo truculento (el retablo de Isenheim de Grünewald) hasta el esplendor alegórico (los mosaicos de San Clemente), desde la majestuosidad ottoniana enjoyada hasta la simplicidad franciscana en madera.
Dos profundas contribuciones a esta tradición son el «Cristo de San Juan de la Cruz» y la «Crucifixión (Corpus Hypercubicus)» de Salvador Dalí.
El primero fue pintado en 1951 y mira el cuerpo colgante desde una posición situada en algún lugar por encima de él (una perspectiva inversa se ofrece desde debajo de sus pies en la obra de 1958 «La Ascensión de Cristo»).Ambos están relacionados con lo que él llamó un «sueño cósmico» que tuvo en 1950. La leyenda dice que Dalí se inspiró en esta visión para estudiar casi obsesivamente el efecto que la gravedad tendría sobre el cuerpo desde esta variedad de ángulos, empleando incluso a un doble de Hollywood como modelo para trazar las líneas de los músculos y los tendones estirados hasta su límite.
La conexión con San Juan de la Cruz viene del dibujo que el fraile del siglo XVI hizo del cuerpo contorsionado colgado en carriles de gran tamaño. Dalí se inspiró en el dibujo, pero añadió algunos puntos teológicos únicos. Hay una composición triangular que recuerda a la Trinidad, con la cabeza central circular inclinada de Cristo que representa el infinito. La hierba del mar bajo sus pies resalta la llegada del Sol de Justicia, y los pescadores recuerdan evidentemente a los discípulos y a nuestra carga apostólica cristiana.Desgraciadamente, dos vándalos diferentes atacaron la pintura en distintos momentos, pero ha sido restaurada a su estado original.
La segunda, una presentación más surrealista de la crucifixión, fue pintada en 1954. En esta obra, el Cristo levita por encima de una figura ageométrica conocida como teseracto, el politopo convexo cuatridimensional que subraya el compromiso constante de Dalí con la ciencia nuclear, las matemáticas y la metafísica. En lugar de clavos, pequeños bloques parecen fijar el cuerpo de forma invisible. Este «cubismo trascendente», como él lo llamaba, parece argumentar que los mundos tan dispares de la fe y la ciencia pueden coexistir, y para él lo hacen. La victoria de Cristo sobre la tumba, y sobre una comprensión superficial y simplista de la realidad física, es evidente. Mezclando lo piadoso con lo surrealista, la esposa de Dalí, Gala, aparece como una de las mujeres al pie de la cruz, vestida con las elegantes ropas drapeadas de los estilos de la contrarreforma.La obra es a la vez llamativa y provocativa, sin ser blasfema en modo alguno.
Al seguir contemplando el madero de la cruz, en el que colgó el salvador del mundo, deberíamos darnos cuenta de que el momento central de la historia de la humanidad habla a los de cada generación, aunque a veces de formas totalmente novedosas y distintivas. Dalí nos ha ofrecido dos contribuciones radicalmente diferentes para ampliar estos infinitos horizontes, y a través de ellas podemos ponderar de nuevo la relación de Cristo con la humanidad y con toda la realidad cósmica.
Originalmente de Collingswood, Michael M. Canaris, doctor, enseña en la Universidad de Loyola, Chicago.